domingo, 2 de febrero de 2014

Quiero morir como aprendí a vivir

Qué difícil se hace darse cuenta dónde está el umbral… si cruzarlo o quedarte siempre del mismo lado… si mirar hacia la otra orilla y desearla, o voltearte,  y quedarte con los demás haciendo lo que ellos hacen…
Qué dormido estás cuando todo parece indicar lo que debes SER, HACER O DECIR, y no puedes elegir.  Simplemente, no puedes…  Así funciona el sistema, así lo determina el condicionamiento del cumplir por el deber mismo del ser quién no eres, hacer lo que no sientes, decir lo que no quieres; sin embargo, sucede… y esto ocurre día tras día. ¿Cómo ser tú mismo cuando toda la dinámica y su estructura, la que le da forma sin fundamento humano, se mueve en tal ritmo sádico, morboso y atroz? ¿Es ésta la forma que tú también eliges? ¿o no estás aún listo para elegir? ¿duermes en la luz? ¿despertarás en la oscuridad? Muy a pesar de tu existencia y de tu esencia… Tú ¿de qué lado estás? ¿eres tú mismo quién dices que eres?
Te acomodas, te amoldas, te muestras igual que los demás, no sea cosa que… y te dejas llevar. Puedes incluso engañarte y hasta pensar críticamente: Uh! ¿Cómo estamos, eh? Una proyección que te lleva a pensar qué te pasa a vos si lo que te pasa es conmigo.
Y te fundes sin mirar, y avanzas sin ver, y te ahogas con ellos, porque no eres ni menos ni más, simplemente estás. Y la muerte danza su victoria, y deja sin respiro a más de uno. Materia inerte  presente. Muerte que es la otra cara de la vida, la naturaleza que da fin y se recicla. Mueres como vives, sin más. La otra cara de una misma moneda. Como el día se sucede a la noche, como el frío al calor, como la luna al sol.  Y visto de este modo, la muerte no debe ser llorada, si se vive desde los ojos del corazón. Cuánta razón sin desazón.
Así cierras el ciclo de la vida y de la muerte, hijos con sus padres, y  niños con sus perros.
Llora lo que tengas que llorar, vive lo que tengas que vivir, ríe lo que quieras reír, pero no empañes la delicia de una despedida entre amarguras  duras, y llantos contagiosos de llorona paga.
Y si no me retuerzo de dolor soy el insensible que no me cubro de mantos negros.  “_Está bien así”. Porque así debe ser, porque así está escrito, y te convences. “ _Así también ellos pueden despedirse…” Llorar un poco más sobre lo llorado, qué más da, quién sabe sea insuficiente a la hora de sufrir. Y haces como todos lo hacen, y para cumplir según los preceptos de los adultos. Qué buena escuela, cargas, sobre cargas, sobre cargas más cargas, si eso es ser responsable.
¿Y tú? ¿de qué bando estás? ¿acaso son los bandos o las vendas? ¿Y tú? ¿dónde está el sentir de tu esencia?
Y los roles, los que debes de cumplir, padre, hijo, hermano, cada cual en su sitio, y con su peso pesado. Formando parte del engranaje de la maquinaria de un sistema minado  y corrompido de deberes y cumplidos.
No te reconozco, cómo cuesta reconocerte como gemelo de mi alma.
Gracias S., por enseñarme que los mantos negros deben ser transformados en blancura, que lo tenebroso en pureza, que los aromas pueden endulzar el aire sin revolvernos las tripas, que los silencios lúgubres en cánticos de esperanza y cristalinas voces entonadas en gloria; que los cuerpos rígidos en danza y música de finas vibraciones, y que los llantos y rezos, en risas y celebración. Va por ti
La danza de la muerte es la gloria de la vida; y se muere como has vivido, en amor con amor, en sufrimiento, con dolor.
Quiero morir como aprendí a vivir. Va por mí

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